La personalidad de la M. Elisea englobó numerosos y variados rasgos que confluyen armónicamente, de forma que, en su conjunto, hicieron de ella una mujer con particular atractivo por su encanto físico, bondad en el trato y dones de la naturaleza y de la gracia. Aquí, lo humano y lo sobrenatural se integraron formando un todo, sin fisuras ni dicotomías. Su rostro era realmente el espejo de la propia alma sencilla y transparente.
Uno de sus paisanos la recordará de jovencita, así: "era muy guapa y muy blanca"; Rosa Bañón, que la conoció desde los primeros años de su estancia en Caudete, da una visión más completa, ya que a su agraciado físico, se unía un porte educado y respetuoso: "Yo conocí a M. Elisea cuando aún no era monja carmelita, siendo un grupo de mujeres piadosas reunidas, pero sin estar aún aprobadas por el Sr. Obispo... Era alta, la cara alargada, muy guapa, ojos grandes, blanca de cutis (digo morena clara), y cabello, como llevaba toca no se le veía. Nariz afilada. Era muy educada, cariñosa respetable; parecía una señora elegante, pero monja por su trato. Sí, su porte era de señora".
Otros testigos hablan de que era "¡guapa como un sol!", y muy buena moza, alta, más bien delgada, la recuerda una joven postulante al entrar en la Congregación hacia el año 1917. Pero a su belleza física se unía el recato y la modestia: "Ponía los ojos en el suelo y ya no los levantaba", dirá uno sus vecinos benidolechenses. Su presencia infundía respeto, aunque al mismo tiempo ofrecía confianza. En opinión de la Hna. Celina Llin "su porte, sus modales, sus acciones, hacían sentir algunas veces cosas que no se podían explicar. El alma que estaba a su lado no podía menos que aspirar a la santidad".
A este su físico agraciado, se unía una amabilidad y simpatía que le resultaba connatural, lo cual tuvo ocasión de manifestar a lo largo de los años sin tasa ni medida, en el trato con las hermanas, y también con las personas seglares que se relacionaron con ella. La recordarán además graciosa y alegre. "Como a todas las grandes almas, le caracterizaba un gran espíritu de alegría. Era muy amiga de que a su lado no hubiese nadie triste". El P. Martínez Carretero hace referencia en su biografía a su "exquisito y amable trato... todo en razón de esa desbordante humildad y constante buen humor, en sintonía perfecta con una de las características del carmelitanismo carisma".